A partir de la relación prohibida e incestuosa de un hombre mayor con una chica mucho más joven, la obra relata la complicidad que acarrea el silencio de aquellos que rodean a los responsables de un desenlace trágico.
Aunque hoy nos detengamos a hacer una lectura crítica de Casados con hijos, cuando se estrenó allá por 2005 reírse de la violencia doméstica en la relación de Pepe y Moni significaba estar de acuerdo con que aquella ¿cómica? pareja representaba la vida de una gran mayoría de familias argentinas.
Si bien La zarza ardiendo dista del programa televisivo en cuanto a formato y calidad, debido a que es una obra de teatro estrenada en Sala La Clac hace poco, existe un paralelismo digno de ser trazado: cómo las manifestaciones culturales de determinada época dan cuenta de una realidad social, sobre la cual cuesta reflexionar en el momento en que es atravesada (lo que no justifica actos de violencia, pero nos permite pensar sus causas y las formas de evitarlos).
Como adaptación de la obra homónima (escrita por F. Mertens y Gonzalez Del Castillo en 1920), la nueva versión de La zarza ardiendo, dirigida por Fito Yanelli, retrata –con una ambientación propia de la década de 1920– una historia familiar de clase media-alta, que se ve interrumpida por la tragedia de una muerte cuyas dudosas causas serán el punto de partida que descubrirá una relación prohibida.
Una vez comenzada la obra, nos encontramos con un drama angustiante y lúgubre debido a la sorpresiva pérdida de Antonieta. Si bien el nudo del relato no se centra en la violencia machista, el nivel naturalizado con que aparece puede despertar cierto malestar en el/la espectador/a. Algunos cuadros que se pueden percibir muestran a un hombre que:
- Se asumió como responsable de la economía familiar, dejando a su esposa destinada al encierro en su hogar; y
- Mantiene una multiplicidad de relaciones amorosas ocultas, sin consenso previo con su prometida, quien:
- No debe pretender la misma libertad sexual que él posee; y
- Tiene la obligación de estar comprometida para ser aceptada en sociedad, lo que se interpreta como un acto de opresión patriarcal manifiesto.
En este contexto, donde el tipo de relaciones normalizado se caracteriza por la falta de libertades y el sometimiento, el peso de la opinión de los otros ayuda a sostener y reproducir un entendimiento del mundo que, lejos de buscar conservar lazos familiares sanos y fuertes, origina el resentimiento, la soledad, la apatía y la frivolidad propias de la cosmovisión de cualquier etapa histórica donde prevalezca la desigualdad y el egoísmo por sobre la equidad.
El tema central se relaciona de manera directa con el título, el cual hace referencia al episodio bíblico en el que Moisés se encuentra con la voz de Dios a través de un arbusto (una zarza) que se está incendiando y, sin embargo, no se consume. La metáfora deja abierto el debate posterior al espectáculo.
Por el lado de la puesta en escena artística, con sombreros de ala, bombines, boinas y vestidos largos, el vestuario recreado por Silvana Tisha Morini logra evocar la época con cada pequeño accesorio. La ambientación convierte el escenario en una casa con mobiliario propio de una familia de cierto poder adquisitivo.
La actuación de los artistas es impecable. Además, no se puede dejar de destacar el comprometido trabajo de iluminación y sonido, que aportan a la obra significados con más peso y profundidad, y logran meter al espectador de lleno en ese mundo que crean.
Ficha técnico artística
Vestuario: Silvana Tisha Morini
Música original: Gustavo Fuentes
Coreografía: Viviana Grimalt
Diseño de luces: Martín Rebello
Asistente de luces: Andy Ledger
Maquillaje: Mariana Sosa
Elenco:
Gustavo: Andrés Rojas
Dr. Veiga: Horacio Pucheta
Juan: Ruben Perez
Anatilde: Laura Rodriguez.
Jorgelina: María José Pedrana
Emilia: Cecilia Lucero
Ignacio: Gerardo Alessio